Historia de Los Caquetios en el Eje Panamericano .


      
   
    

   
   
Aporte de Infocentro Montana Verde - Difundiendo nuestra Historia HISTORIA DE LOS CAQUETIOS , NUESTRO ORIGENES LA GRAN NACIÓN CAQUETÍA Y LOS PUEBLOS AJAGUAS DEL SEMIARIDO Lic. Msc. Luís Mora Santana La gran nación caquetía constituyó un vasto territorio que abarcaba de Este a Oeste venezolano, aproximadamente desde la desembocadura del río Yaracuy, hasta la Península de la Guajira, y de Norte a Sur, desde la Península de Paraguaná hasta el Departamento del Caquetá – hoy territorio colombiano-, ocupando los espacios actuales de los estados Falcón, Yaracuy, Lara, Portuguesa, Barinas, parte de Apure, Cojedes y el estado Zulia. A esta gran nación caquetía se sumaban los territorios insulares de Curazao, Aruba y Bonaire, asiento de grupos desplazados por la ocupación española a partir de 1498. En ese espacio se desarrolló toda una cultura con representaciones sociales económicas, políticas, religiosa entre otros aspectos, bien definidos y que conformaron la organización de los pueblos Arawuacos. Poseían un tronco lingüístico común, característica que permitía la comunicación y la relación entre los pueblos hermanos en el territorio que ocupaban. De allí se desprende la razón que en el occidente venezolano de hoy exista una toponimia que designa los pueblos originarios, de lugares que guardan una afinidad en el nombre, por su raíz lingüística. No es casual encontrar topónimos con una misma terminación como: Durigua, Sirarigua, Bariquigua, Curarigua, Atarigua, Sicarigua, Acarigua, Bajarigua, Barisigua entre otros. Esos nombres son vocablos Arawuacos, y en su mayoría se ubican en lo que hoy representa los estados Falcón, Lara y Portuguesa. Más allá del tronco lingüístico que unía a la gran nación caquetía, existió y aún perviven, haceres comunes y similitud en las prácticas de poblaciones venezolanas actuales. De allí la preocupación por reconstruir nuestro pasado prehispánico, tarea de principal significado para el fortalecimiento de la identidad nacional; como una forma de conocer y reconocernos como cultura previa al “encuentro de los dos mundos”; reconocimiento que reivindica lo que somos hoy, un pueblo mestizo que ha sobrevivido con la presencia de elementos propios que hoy por hoy se manifiestan en nuestras comunidades, sobre todo en las colectividades rurales. En ese gran territorio hubo un desarrollo de técnicas agrícolas como lo han logrado demostrar las investigaciones de reconocidos antropólogos como Mario Sanoja Obediente e Iraida Vargas, junto a Luis Molina y Juan José Salazar, generación dedicada de forma académica a la búsqueda de los rastros de esa cultura. Un trabajo de exploración arqueológica para levantar inventarios de la actividad indígena, que permita que otras ramas como la antropología le den articulación a las acciones humanas emprendidas por nuestros antepasados. La revisión de actividades ancestrales como la cerámica y el uso del barro cocido, una herencia que se ha trasmitido hasta la actualidad. De allí que sea de gran valía la muestras encontradas en el valle de Quibor, así como también en las poblaciones de Sicarigua y Los Arangues, en los sitios de Camay y Caramacate (Las Palmitas) vecinos de Carora. En el caso de Carora se ha de destacar, que los yacimientos arqueológicos de Camay en la Otra Banda, dieron la vuelta al mundo con los hallazgos e investigaciones realizadas por el Hermano Basilio de la Fundación La Salle, en la década del cincuenta del siglo XX, y reimpulsadas por Sanoja y Vargas con la contribución de estudiantes e investigadores de la Escuela de Antropología de la Universidad Central de Venezuela, en épocas más recientes. Con ello se ha podido demostrar que los Ajaguas manejaron técnicas de cultivos agrícolas de rubros como maíz y caraotas, un desarrollo de la cerámica y poseer gran habilidad para el intercambio comercial con otros pueblos, sobre todo de la sal. Esos son elementos de la existencia de la gran nación caquetía, de presencia de comunidades cuyos haceres guardan similitud de vida, con pueblos que se asentaron en los terrenos de lo que hoy es Barinas y Apure, de Cojedes y del Zulia. La cerámica, las técnicas agrícolas de terraceo – construcción de terrazas para la agricultura-, los rituales funerarios, el desarrollo de cultura gastronómica alrededor del maíz, la utilización del cocuy (Agave Cocui) como alimento y no como bebida espirituosa, entre otras prácticas que muestran afinidad cultural y parecidos en las actividades humanas desarrolladas en ese espacio. Es importante explicar acá, que en esa gran nación caquetía, se desarrolló una estructuración social de poder que permitía el manejo y el control del territorio, dirigido por un jefe supremo o gran “Diao”, último de los cuales lo fue Manaure, asentado en lo que hoy es Coro, en la región “Curiana” y de allí su nombre. A esa autoridad política contribuía la organización social de los pueblos caquetíos, una estructuración matrilineal y exogámica como lo señala Juan José Salazar, permitía una relación entre los pueblos, un comunitarismo social de intercambio de miembros, sobre todo de sus mujeres, evitando así los problemas de orden genético y fortaleciendo las relaciones tribales a través de uniones familiares. Muy común fue el robo o secuestro de mujeres entre clanes. De esa práctica aborigen todavía existen señales en nuestros campos y se oye decir, en pleno siglo XXI, en barrios y comunidades rurales del robo de una mujer por parte de un pretendiente desconocido, cuando en realidad es que se acogen a una relación concubinaria por un método poco ortodoxo para las sociedades actuales. En el caso de los espacios que hoy ocupan la ciudad de Carora y la población de Siquisique, se ha de expresar que estaban ocupadas por familias Ajaguas, Xaguas o Achaguas, nombres dados por los cronistas de Indias que realizaron los reportes escritos, términos que son una misma cosa. Esos vocablos constituyen el producto de transferir el término oral de la voz con que se hacían llamar nuestros ancestros, a la lengua escrita que manejaban los españoles. De manera que pudo cometerse errores en la transcripción y confundir la emisión fonética de algunas palabras que se han trasmitido hasta la actualidad. De esta situación se ocuparon hombres como Lisandro Alvarado y Pedro Manuel Arcaya, y más reciente entre nosotros el poeta Ramón Querales y el maestro Renato Agagliatte, investigadores dedicados a la filología - especialmente para las culturas asentadas en lo que hoy es el estado Lara - buscando desentrañar el significado de los vocablos originarios de nuestros pueblos primarios. Los Xaguas, al igual que los otros pueblos de la gran familia arawuaca, constituyeron culturas ágrafas, es decir, no tenían un sistema de escritura, más allá de la simbología representada en algunos petroglifos. Sin embargo, poseían todo un sistema de comunicación oral y una lengua que el conquistador español transcribió y que se ha mantenido hasta la actualidad. No cabe duda que existe una herencia, que nos señala que no se produjo una transculturización como erróneamente han manejado algunos historiadores, sino más bien un proceso de “aculturización” donde se manifiestan elementos que muestran una junta de culturas, donde se observa la presencia de rastros dejados por el poblador inicial de estas tierras. Esas huellas se notan en los nombres que tienen buena parte de los pueblos de la región, bautizados con una connotación religiosa, agregándose nombre de santos y puntos de la geografía española. Tal es el caso de Carora, cuyo significado es “chicharra” o “cigarra” en lengua Ajagua, y que se le agregó al nombre en primer orden de, “Nuestra Señora de la madre de Dios” en 1569 y luego en la repoblación el de “San Juan Bautista del Portillo” en 1572, haciendo mención al santo protector y al lugar de origen de su repoblador Juan de Salamanca. Sin embargo, la herencia cultural aborigen se ha mantenido en el tiempo, sobreviviendo a toda una estructura impositiva, sobre todo desde la organización educativa que por muchos años obvió la existencia del aborigen americano, limitándose a nombrarlo y en muchos casos, borrarlo de un todo al plantearse en los textos de educación primaria que la historia comenzaba con el llamado descubrimiento. Pero en nuestras comunidades, se siguen utilizando patrones de vida que echan por el suelo la propuesta oficial. A eso fundamentalmente está dedicado este ensayo, a demostrar la existencia de modelos de vida aborigen ancestral, que a pesar de los embates globalizadores aún sobreviven entre nosotros. Se plantea la existencia de un quehacer comunitario vivido por los habitantes de esa gran nación caquetía y destacar sus acciones en el espacio que hoy ocupa Carora, resaltando las manifestaciones, los haceres comunitarios y la vida de los Xaguas. Un detalle que nos habla de la existencia de esquemas de vida heredados de nuestros antepasados caquetíos, es la estructuración de las comunidades rurales, en lo que respecta a los conglomerados humanos. Basta con recorrer caseríos de la región y notar que su organización física rompe con el esquema que tienen las ciudades. No existe la cuadrícula o damero como forma de ordenación de las viviendas, aunque haya espacio para realizarlas. Y quiero aclarar que no es anarquía, se atiende a un patrón de necesidades que en principio servia como mecanismo de defensa, al no facilitar la entrada de extraños, puesto que necesitaría conocer las salidas y escapes ante ataques imprevistos. No hubo la necesidad de construir pasajes amplios entre las edificaciones para traficar animales de carga como el caballo y el burro, sencillamente por que no los había. Así como tampoco de carros tirados por estos animales, y aunque luego de la llegada de los españoles los hubo, el patrón cultural siguió atendiendo al modo de vida que históricamente venían viviendo. Otra de las herencias de vida comunitaria que aún se observa en los campos de la región y que es costumbre sobre todo en las comunidades rurales y barrios de las ciudades interioranas venezolanas, es la de compartir los alimentos. Por ejemplo, es tradición en nuestros campos y barrios, la elaboración de la mazamorra, que no es otra cosa de un pastel de harina de maíz, endulzada con papelón, y a la que se le puede agregar algunas especias. Persiste hoy un intercambio de este plato que incluso llega a tener un sentido ritual, dado que no se come todo el año, sino en tiempos de Cuaresma y de cosecha del maíz. Una familia se complace en enviar a otra de la vecindad una parte del pastel en señal de amistad y el grupo receptor por lo general devuelve el gesto reenviando otro parte de su propia torta criolla como señal de gratitud. Incluso se plantea la elaboración en colectivo de platos como estos. La olla comunitaria que se prepara para dar comida en las fiestas de nuestros pueblos es otro claro ejemplo de solidaridad. Esa misma situación ocurre cuando se mata un animal, bien sea el que se ha criado en la casa o aquel que es producto de la cacería, que es otra práctica que a pesar de las limitaciones que ha impuesto la veda y la protección a la fauna, aún se practica. Los cazadores tienen como ley el reparto equitativo del animal a todos aquellos que participan en la cacería, y estos a su vez obsequian partes a amigos y familiares. Eso se estila porque la obtención de la pieza cazada, es producto de una acción colectiva. No es extraño entre nosotros oír la expresión “convite” o “envite”. Eso es trabajo comunitario de origen indígena, donde cada cual se compromete a realizar una tarea para la consecución de un fin. Se siembra la tierra, se arreglan los caminos, se realiza la cacería, se transporta el agua, se traslada la cosecha, en fin, se dan la mano para la solución de los problemas. Esta situación no nos debe extrañar. De manera que la herencia aborigen y sus prácticas comunitarias están presentes, forman parte de una estructura mental que se transmite de generación en generación. Queremos expresar sin ambages, que al utilizar el término “comunitario”, no se está señalando relación política con la ideología comunista, como la conocemos hoy. Es sencillamente una práctica de vida, una manifestación de necesidad gregaria, una razón que permite observar la solidaridad, la unión, facilitar el trabajo y el sentido humano. El individualismo no tiene cabida acá, y la razón es simple. Las comunidades primarias caquetías no manejaban el concepto de propiedad privada. El sentido de lo individual lo trajeron los españoles en el siglo XVI. De modo que todo se realizaba en colectivo y los bienes particulares, no pasaban de ser los adornos u objetos que llevaban adheridos a su cuerpo como símbolos religiosos o como señales de distinción social. El manejo comercial se fundamentaba en el trueque y si bien es cierto que había un valor por productos de difícil obtención, como por ejemplo la sal, no mediaba otro interés que la satisfacción de necesidades básicas o rituales. Finalmente debo expresar que, fundamentalmente en las comunidades rurales actuales existe un legado aborigen muy importante, manifestado en sus creencias, en el respecto por la medicina tradicional de las hierbas, en el trabajo colectivo que se nota en reparación de caminos y en la celebración de fiestas, en la elaboración de viviendas- utilización del bahareque - en la amabilidad, en la solidaridad y en el compartir que nuestros campesinos practican. Referencias bibliográficas Salazar, Juan José. (2006) Caciques y Jerarquía Social. Barquisimeto. Imprenta del LEstado Lara. Pp.228 Perera, Ambrosio.(1964) Historia de la Organización de los Pueblos Antiguos de Venezuela. Madrid. España. Imprenta Juan Bravo. 286p .